sábado, 23 de enero de 2010

Estudiando Francés.

Era verano. Nos estábamos preparando los exámenes de Septiembre en una de las Bibliotecas de nuestra ciudad, dentro del campus universitario. Nos aburrimos de ver libros y caras oscuras, sin ánimo, sin vitalidad.
Decidimos salir a pasear. Justo al lado del campus hay un gran parque, con patos, columpios de todos los tipos, pistas de futbol, de baloncesto, carril bici, etc... Las familias suelen ir allí. También suele haber deportistas: ciclistas, corredores o simplemente, caminantes.

Paseábamos tan tranquilos. Sin quererlo, mi mano se introdujo por su pantalón. Le apreté los muslos con fuerza, le dije que me ponía a cien por hora, que quería hacerlo allí mismo. Encontramos un banco. Me tumbé, y él encima mío. Me empezó a besar por el cuello y el pecho. Yo le acariciaba, le agarraba la camiseta, le intentaba desabrochar los botones del pantaón.

Nos encontrábamos a plena luz del día, sin ningún pudor. En un banco de un parque. Un parque a las doce del medio día. Dos chicos jugando a baloncesto a veinte metros, un padre y una niña en bicileta.

No conseguía desabrochar sus botones, era una tarea demasiado complicada para ese instante. Sólo pensaba en la gente que había alrededor, en su boca comiéndome entera, en el morbo indescriptible.
Se los desabroché (porque además, eran dos), por fin. Le bajé los pantalones, sin pararme a pensar o a mirar a mi alrededor. Daba igual. Él me bajó los míos, aunque su esfuerzo le costó.
No podía creerlo, su sudor corría por mi piel, sus labios miraban los míos, los míos lo mordían a él.

Justo en el instante en que iba a comenzar la penetración, apareció una pareja de caminantes. Se pararon un momento a mirarnos y, con la boca abierta, prosiguieron su camino.


Él no esperó más y yo..., yo tampoco.